martes, 30 de abril de 2013

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Tus manos, tus caderas, de mujer diluida, que odia en su fragilidad al tiempo, y da sesiones de desprecio aunque muerta me ame, tú, que cuando doy de amar, cree que diseco mi poesía, y le pongo sentimientos como tornillos culpables, ahora coloco mi música en una vitrola, quizá, después me vaya con mi seriedad a otra parte, te veo lavar platos en la cocina, y te llevo perlas para los dedos, ¿ no eres acaso la princesa que lava sus platos ?, entonces, levanta los ojos y siente que mi vida es sólo una larga demostración para ti, tú, que estás tan segura de la angustia, me ves como a un músico triste, que entona en el aire algo nuevo, un deseo de soledad contigo, tienes los ojos cerrados, porque sabes que mi canto no ayuda, estás como atrapada entre dos rocas, y en la hendidura, corre esa niña en minifalda, la que ya no admite que crea en sus movimientos, ni les ponga palabras, que siente miedo a mis otras voces, porque tienen tristeza, y nostalgias que viven en mis lugares y le hieren la vida, tantas veces hemos sido allí donde reside aquello que fuimos en un beso contra lo absoluto, y de pronto, la certeza de no rozarse, de ser arañas, insectos que alguna vez odiaron algo oxidado en la empuñadura de su ternura, se fue todo, demasiado breve, partió en la figura de un corazón que encierra la imagen de un patio donde buscar llorando el centro de su sombra, y recoger aquellos sonidos calientes, que alguna vez fueron la fusión de nuestro sueño, pero hay estremecimientos, que navegan como una ramita en el lago, para que la tristeza de un hombre y una mujer insistan en su abrazo, para que mojados de nuestro propio valor, anónimos, iluminemos nuestros labios muertos, hoy somos luces asustadas, bebidos de promesas eternas, de lacres derretidos, donde la flor es nuestro cuerpo que vive mudo.