lunes, 2 de abril de 2012

83

- ¿ Qué te pasa ?, le dijo él.
- No sé, no sé, respondió ella.
Y, exasperado, la abofeteó.
- Ahora sabrás porqué lloras.

Basta. No quiero más muerte.
Cuanto vibrábamos de querer. En un oleaje de afecto. Quería ponerte toda mi ternura. Y que me descubrieras en los patios más lejanos de tu sangre. Esperarte en los terminales. Inventarte besos de saliva para después hundirlos en la palma de tu mano. Y en las estaciones de sus líneas, mirar tus rasgos. Desde allí, escribir nombres donde vivir con tu estela. Al fondo de mi soledad.

Rocío cruzaba el pueblo entre cientos de casitas y varias calles cortadas. La lluvia era terrible. Vasta. Eterna. Y de pronto, pega dos patadas al aire.
" Serge, lávame en tu ceniza".
Me has destruido. Me caíste como una piedra. Y ahora quieres volver.
Entro a la aurora vestida de violeta.

- ¡ Para ya con esto !, dicen ambos.

Cuarenta años más tarde. Y volveré a escribir lo mismo.
Abastecido en los mercadillos de mis espejismos. Ellos, las gentes de mi vereda.
Que me hacen andar, no importa donde. Cerca de mi muerte.


- Vete entonces a por ella, que su ruido te golpea. Se siente con los tirones que da tu corazón.